Equipo ContigoPsi
Publicado el
30 de mayo de 2025
Actualizado el
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La tripofobia, término introducido en la literatura psicológica en 2013 por los investigadores Cole y Wilkins, se caracteriza por un trastorno psicológico desencadenado por imágenes de agujeros. Aproximadamente el 16% de la población mundial experimenta reacciones físicas y emocionales intensas cuando se expone a imágenes con patrones repetitivos de orificios. Este fenómeno, aunque relativamente poco conocido hasta hace poco, ha ganado considerable atención en las redes sociales desde 2009.
Las mujeres son más propensas que los hombres a sufrir tripofobia, y cerca del 25% de los pacientes con esta condición presentan antecedentes familiares. Sin embargo, la Asociación Americana de Psiquiatría no clasifica oficialmente la tripofobia como un trastorno en el DSM-5, lo que complica las opciones de diagnóstico y tratamiento. Estudios sugieren que este miedo puede ser una respuesta evolutiva para evitar organismos potencialmente peligrosos, ya que ciertos patrones pueden asemejarse a la piel de animales venenosos o signos de enfermedades infecciosas.
La tripofobia se define como una aversión o miedo a patrones repetitivos de pequeños agujeros o protuberancias agrupadas. Este fenómeno psicológico se caracteriza por generar una sensación de incomodidad, repulsión o ansiedad ante la observación de elementos como panales de abejas, esponjas, semillas de loto o cualquier objeto con configuraciones similares de orificios juntos. A pesar de su creciente reconocimiento, la manifestación de la tripofobia varía considerablemente entre quienes la experimentan, pudiendo provocar desde una leve molestia hasta reacciones físicas intensas.
La comunidad científica mantiene un debate sobre si la tripofobia constituye una verdadera fobia. Estudios realizados identificaron reacciones tripofóbicas en aproximadamente un 16% de los participantes, situándose como el segundo mayor temor según una encuesta informal de 2010, solo por detrás de la xilofobia (miedo a objetos de madera). Aunque algunos expertos cuestionan su clasificación como fobia clínica, las investigaciones sugieren que se trata de un fenómeno real que puede perjudicar significativamente la calidad de vida de quienes lo padecen.
Los síntomas asociados a la tripofobia varían en intensidad entre quienes la padecen, manifestándose tanto a nivel físico como emocional. Estas reacciones pueden desencadenarse simplemente al observar imágenes con patrones de agujeros o incluso al pensar en ellos, generando respuestas similares a las de un trastorno de ansiedad.
Cuando una persona con tripofobia se expone a patrones de agujeros, su cuerpo reacciona con diversos síntomas físicos. Entre las manifestaciones más habituales se encuentran sudoración excesiva, taquicardia, náuseas, sensación de pánico y temblores. En situaciones más intensas, también pueden producirse desmayos. Estas respuestas físicas suelen acompañarse de reacciones emocionales como ansiedad intensa, repulsión extrema e inquietud persistente.
Además, muchas personas experimentan dificultad para respirar, escalofríos y mareos al enfrentarse a estos estímulos visuales.
La tripofobia en la piel constituye una variante particularmente angustiante. Cuando las personas afectadas observan patrones de agujeros en contextos relacionados con la piel humana o animal, las reacciones suelen intensificarse considerablemente. Entre los síntomas específicos destacan sensaciones de hormigueo generalizado, picazón, piel de gallina y una percepción de que "algo se arrastra" sobre la superficie cutánea.
Estas respuestas se desencadenan especialmente ante imágenes de piel con agujeros, sean reales o creadas digitalmente. En casos significativos, la persona puede desarrollar un miedo hacia su propia piel, particularmente si presenta pequeñas protuberancias o poros visibles.
En su forma más severa, la tripofobia puede resultar debilitante e interferir significativamente con la vida cotidiana. Los afectados pueden experimentar ataques de pánico recurrentes, desarrollar comportamientos de evitación extrema y presentar cambios conductuales notables, como rechazar ciertos alimentos (fresas o chocolate con burbujas) o evitar lugares específicos (habitaciones con papel pintado de lunares).
La tripofobia extrema, cuando no se trata adecuadamente, puede derivar en problemas más graves de salud mental, incluyendo trastornos de ansiedad generalizada o depresión. Por otra parte, se ha observado que esta fobia frecuentemente aparece acompañada de otros miedos, como fobia a la naturaleza, a la sangre, a las inyecciones o espacios cerrados.
El origen exacto de la tripofobia no se ha determinado completamente, aunque diversas investigaciones han propuesto teorías significativas sobre sus posibles causas.
La teoría más aceptada propone que la tripofobia podría funcionar como un mecanismo evolutivo de defensa. Los investigadores Arnold Wilkins y Geoff Cole, de la Universidad de Essex, señalaron que esta aversión podría ser una adaptación evolutiva relacionada con la preservación individual. Este fenómeno se interpreta como una señal de alarma cerebral que alerta sobre potenciales peligros. El miedo, como sentimiento universal compartido con otras especies, posee un valor adaptativo que actúa como mecanismo de supervivencia, permitiendo responder rápidamente ante ciertas situaciones. Desde el punto de vista neurológico, algunos estudios sugieren que la hipersensibilidad visual a ciertos patrones espaciales podría activar áreas cerebrales asociadas con el miedo y la aversión.
Las investigaciones han encontrado una notable similitud entre los patrones que desencadenan la tripofobia y las características de numerosos animales potencialmente mortales. Ejemplos como la cobra real, diversas arañas, escorpiones, la rana punta de flecha y el pulpo de anillos azules presentan en su piel patrones repetitivos de figuras geométricas. Al analizar los patrones de animales tóxicos, los científicos descubrieron configuraciones similares a las que causan repugnancia en quienes sufren tripofobia.
Otra perspectiva vincula esta aversión con las enfermedades infecciosas. Un estudio de la Universidad de Kent expone que, dado que patrones similares se presentan en enfermedades como viruela, sarampión y tifus, la tripofobia podría representar un mecanismo para evitar enfermedades contagiosas. Según Tom Kupfer, quien estudió esta conexión, el sarampión mató a millones de personas, por lo que evitar estos patrones podría haber supuesto una ventaja evolutiva.
El fenómeno de la tripofobia ha experimentado un crecimiento significativo gracias a su difusión en el entorno digital. Según una investigación publicada en el Quarterly Journal of Experimental Psychology, el 64% de los participantes descubrieron este fenómeno a través de internet o redes sociales. Si bien algunos estudios indican que aproximadamente un cuarto de los individuos tripofóbicos nunca había oído hablar de esta condición, lo que sugiere un componente innato, también se ha observado que quienes conocían previamente la tripofobia mostraron mayor sensibilidad a estos estímulos.
La tripofobia muestra una clara incidencia familiar. Según un estudio, aproximadamente el 25% de los pacientes con este trastorno presentan antecedentes familiares. Asimismo, se ha determinado que las mujeres tienen más probabilidades que los hombres de desarrollar esta condición. Frecuentemente, quienes experimentan tripofobia también sufren otras afecciones mentales como trastorno depresivo mayor, ansiedad generalizada, ansiedad social, trastorno obsesivo-compulsivo o trastorno bipolar. Adicionalmente, factores como la sensibilidad a la ansiedad, al asco, al daño y la alta necesidad de control pueden predisponer a desarrollar esta y otras fobias relacionadas.
A pesar de no estar oficialmente reconocida en los manuales diagnósticos psiquiátricos, la tripofobia puede ser evaluada y tratada mediante diversos enfoques clínicos. Un abordaje terapéutico adecuado resulta fundamental para quienes experimentan limitaciones en su vida cotidiana debido a esta condición.
El diagnóstico de la tripofobia presenta desafíos particulares debido a su ausencia en clasificaciones oficiales como el DSM-5 o el CIE-11. Sin embargo, los psicólogos emplean diversos métodos para su evaluación. El proceso diagnóstico habitualmente incluye una entrevista clínica detallada, donde se exploran los síntomas, su impacto funcional y los antecedentes personales y familiares de ansiedad o fobias. Asimismo, se realiza un análisis de los desencadenantes específicos y las reacciones asociadas para determinar la gravedad del caso.
La desensibilización sistemática se considera uno de los tratamientos más eficaces para la tripofobia. Esta técnica consiste en la exposición gradual al estímulo fóbico, comenzando por imágenes menos perturbadoras hasta llegar a aquellas que generan mayor malestar. Durante este proceso, realizado bajo supervisión de un psicólogo, se emplean técnicas de relajación que ayudan a controlar la ansiedad asociada a dichos estímulos. El objetivo fundamental es modificar la respuesta ante el patrón desencadenante.
La TCC representa otra alternativa efectiva para abordar la tripofobia. A diferencia de la desensibilización sistemática, este enfoque se centra en identificar y modificar los patrones de pensamiento negativos relacionados con la fobia. Mediante la reestructuración cognitiva, la persona aprende a cuestionar sus creencias distorsionadas sobre el estímulo fóbico y desarrolla estrategias de afrontamiento más adaptativas.
Como complemento a las terapias principales, diversas técnicas de manejo de ansiedad han demostrado utilidad. Entre ellas destacan la respiración diafragmática, la meditación, el mindfulness y la relajación muscular progresiva de Jacobson. Por otro lado, actividades como yoga o artes marciales contribuyen eficazmente a reducir la ansiedad y disminuir el riesgo de ataques de pánico. En casos severos que generan importante repercusión funcional, puede considerarse el uso de medicamentos ansiolíticos o antidepresivos bajo prescripción psiquiátrica.
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