Equipo ContigoPsi
Publicado el
30 de mayo de 2025
Actualizado el
N/A
Sentir pánico en un ascensor lleno, evitar los túneles o experimentar ansiedad extrema durante una resonancia magnética son situaciones que pueden indicar claustrofobia. Aunque muchas personas experimentan cierta incomodidad en espacios reducidos, la claustrofobia va mucho más allá, llegando a alterar significativamente la calidad de vida de quienes la padecen.
Desde una perspectiva médica, la claustrofobia se clasifica como un trastorno de ansiedad específico, caracterizado por un miedo intenso e irracional a espacios cerrados o limitados. Las personas afectadas experimentan ansiedad extrema ante lugares de los que creen que no podrán salir fácilmente, como ascensores, cuevas o túneles.
La claustrofobia pertenece al grupo de fobias específicas del tipo situacional según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-V). Este trastorno no se limita simplemente al temor a espacios reducidos, sino que se fundamenta en dos manifestaciones principales:
Es importante destacar que la persona claustrofóbica no teme al espacio cerrado en sí mismo, sino a las posibles consecuencias negativas de permanecer en ese lugar, como quedarse atrapada para siempre o sufrir asfixia. Esta distinción resulta fundamental para entender la naturaleza psicológica del trastorno.
Además, la claustrofobia suele comenzar a manifestarse aproximadamente a partir de los 20 años, a diferencia de otras fobias que tienden a aparecer desde la infancia. Sin embargo, existen casos documentados de inicio más temprano, especialmente tras experiencias traumáticas.
El miedo normal es una emoción adaptativa que nos protege ante amenazas reales, mientras que la claustrofobia representa una respuesta desproporcionada. La claustrofobia se diferencia del miedo común en cinco aspectos clave: provoca reacciones físicas mucho más intensas (como vómitos o desmayos), es difícil de controlar, la respuesta es desproporcionada al peligro real, puede activarse sólo con pensar en espacios cerrados, y no cumple una función adaptativa, sino que afecta negativamente la vida diaria.
Aunque parecen opuestas (miedo a espacios cerrados versus miedo a espacios abiertos), la claustrofobia y la agorafobia comparten características importantes. En ambos casos, el temor fundamental no es al espacio físico en sí, sino a la posibilidad de no poder escapar o recibir ayuda si fuera necesario.
La agorafobia implica ansiedad ante lugares donde podría resultar difícil o vergonzoso escapar, como espacios abiertos o multitudes. Por su parte, la claustrofobia se centra en el miedo a quedarse atrapado en espacios reducidos.
Curiosamente, algunos estudios han identificado factores comunes como "el miedo a quedar atrapado" y "el miedo a no poder escapar" en ambas condiciones, sugiriendo una posible superposición entre estos trastornos. De hecho, en algunos casos, una persona puede experimentar ambas fobias simultáneamente, complicando considerablemente su vida cotidiana. Adicionalmente, tanto los claustrofóbicos como los agorafóbicos desarrollan conductas de evitación similares para reducir su ansiedad, limitando progresivamente sus actividades diarias y su independencia.
Entender el origen de la claustrofobia requiere examinar diversos factores que interactúan entre sí. Este trastorno no surge de una única causa, sino de una compleja combinación de elementos biológicos, psicológicos y ambientales que predisponen a ciertas personas a desarrollar este miedo intenso a los espacios cerrados.
La amígdala cerebral, una pequeña estructura con forma de almendra ubicada en el cerebro, juega un papel crucial en el desarrollo de la claustrofobia. Esta región actúa como un centro de procesamiento emocional que evalúa constantemente la información que llega al cerebro para detectar posibles amenazas.
Cuando la amígdala detecta peligro, orquesta una respuesta rápida de todo el cuerpo que nos empuja a alejarnos de la amenaza potencial, aumentando nuestras posibilidades de supervivencia. Específicamente, algunos estudios han revelado que las personas con fobias muestran una activación anormal de esta estructura, lo que sugiere una conexión directa entre la amígdala y el desarrollo de miedos irracionales como la claustrofobia.
Curiosamente, investigaciones científicas han encontrado que el tamaño de la amígdala puede influir en la predisposición a desarrollar fobias. Por un lado, algunos estudios indican que una amígdala de menor tamaño en pacientes con fobia provoca reacciones exageradas ante situaciones de miedo. Por otra parte, otros profesionales sugieren que una amígdala reducida afecta la respuesta al miedo, considerándola una posible causa de la claustrofobia.
El condicionamiento clásico es uno de los mecanismos más importantes para entender cómo se desarrolla la claustrofobia. Este proceso ocurre cuando un estímulo neutro (como un espacio cerrado) se asocia con una experiencia negativa o traumática, generando posteriormente una respuesta de miedo intenso.
La mayoría de las personas con claustrofobia, según un estudio realizado por el psicólogo clínico sueco Lars-Göran Öst, informaron que su fobia se había "desarrollado durante el acondicionamiento". Estas experiencias traumáticas pueden incluir:
Aunque los síntomas pueden aparecer en cualquier momento de la vida, estas experiencias negativas vividas durante la infancia suelen marcar profundamente el espíritu.
La investigación científica ha establecido un vínculo entre la genética y la claustrofobia. Un estudio publicado por Transl Psychiatry asocia la claustrofobia con mutaciones en el gen GPm6A. En este estudio, los investigadores analizaron la secuencia de ADN del gen GPM6A en 115 individuos (47 con claustrofobia y 68 como grupo de control), encontrando que las personas claustrofóbicas mostraban un mayor índice de mutaciones en este gen.
Los estudios con gemelos también han proporcionado evidencia sobre la heredabilidad de las fobias. Estas investigaciones han demostrado que los gemelos monocigóticos (idénticos) presentan tasas de concordancia más altas para las fobias específicas en comparación con los gemelos dicigóticos (fraternos).
Al mismo tiempo, el aprendizaje vicario o social desempeña un papel importante. Una persona puede desarrollar claustrofobia simplemente observando las reacciones de miedo de otros en situaciones similares, como un niño que aprende a temer los ascensores al ver la ansiedad de sus padres en estos espacios.
Reconocer los síntomas de la claustrofobia constituye el primer paso para su tratamiento efectivo. Los signos se manifiestan en tres niveles distintos: físico, cognitivo y conductual, formando un patrón característico que permite distinguir este trastorno de otras formas de ansiedad.
La respuesta física ante un episodio de claustrofobia es intensa y automática. Al encontrarse en espacios cerrados, el cuerpo activa su sistema de "lucha o huida", provocando cambios fisiológicos inmediatos:
Muchas personas con claustrofobia incluso se desabrochan chaquetas, camisas y corbatas instintivamente, creyendo que esto mejorará su capacidad para respirar. Estos síntomas físicos suelen aparecer bruscamente y pueden intensificarse rápidamente.
En el plano mental, la claustrofobia se caracteriza principalmente por pensamientos irracionales pero extremadamente convincentes para quien los experimenta. Los síntomas cognitivos incluyen:
El miedo a la asfixia representa una de las preocupaciones centrales. La persona desarrolla la convicción de que no hay suficiente oxígeno en el espacio cerrado y que podría quedarse sin aire.
Por otra parte, el miedo a perder el control o "volverse loco" durante el episodio resulta igualmente angustiante. Este temor se acompaña frecuentemente de pensamientos catastróficos como "voy a morir aquí" o "nadie vendrá a rescatarme".
Además, la ansiedad anticipatoria juega un papel crucial, pues la persona comienza a preocuparse intensamente mucho antes de enfrentarse a la situación temida.
Las manifestaciones conductuales son quizás las más visibles y limitantes. La evitación sistemática de situaciones que pueden provocar claustrofobia constituye el comportamiento más característico. Esto puede incluir negarse a utilizar ascensores, evitar túneles o renunciar a procedimientos médicos como resonancias magnéticas.
El comportamiento de escape se manifiesta como una urgencia incontrolable de salir inmediatamente de la situación. Sin embargo, cuando la huida no es posible, pueden surgir conductas de seguridad como buscar compulsivamente salidas, situarse cerca de puertas o ventanas, o depender de la presencia tranquilizadora de otras personas.
Para confirmar un diagnóstico de claustrofobia, estos síntomas deben persistir durante al menos seis meses (en menores de 18 años) y causar un deterioro significativo en la vida cotidiana de la persona.
Diversos entornos cotidianos pueden convertirse en verdaderos desafíos para quienes padecen claustrofobia. Las situaciones desencadenantes varían según cada persona, aunque existen escenarios comunes que suelen generar este miedo intenso.
Los ascensores encabezan la lista de desencadenantes clásicos, especialmente cuando están llenos de gente. Esta combinación de espacio reducido y presencia de otras personas intensifica la sensación de no poder moverse libremente. Los túneles, por su parte, generan miedo por la imposibilidad aparente de salir rápidamente y la sensación de distancia hasta las salidas.
El transporte público constituye otro escenario problemático, particularmente en hora punta. Metros, autobuses y trenes provocan ansiedad por combinar el encierro con la imposibilidad de abandonar el vehículo a voluntad. Además, las puertas giratorias y los autolavados también figuran entre los desencadenantes frecuentes por su carácter transitorio pero confinado.
Las pruebas médicas como resonancias magnéticas representan un desafío particularmente intenso. Aproximadamente 4 de cada 100 pacientes no pueden completar este procedimiento debido a la claustrofobia. El paciente debe permanecer inmóvil dentro de un tubo estrecho durante 30-60 minutos, acompañado de ruidos fuertes y molestos.
Para muchos, estas pruebas resultan tan angustiantes que prefieren evitarlas completamente, incluso cuando son necesarias para su diagnóstico. Se estima que alrededor de 2 millones de resonancias no pueden realizarse anualmente debido a este problema. Los médicos suelen ofrecer alternativas como resonadores abiertos, música durante el procedimiento o, en casos extremos, sedación.
Los espacios abarrotados pueden desencadenar claustrofobia incluso cuando son amplios. Conciertos, eventos deportivos, centros comerciales o fiestas generan ansiedad por la sensación de estar rodeado sin posibilidad de escape rápido. La persona desarrolla un miedo intenso a no poder salir en caso de necesidad, lo que provoca conductas de evitación.
Este tipo de situaciones difiere de la fobia social, pues el temor no se centra en la opinión ajena sino en la imposibilidad física de moverse libremente entre la multitud. Muchas personas con esta fobia estudian compulsivamente las salidas de emergencia antes de entrar a lugares concurridos.
Los vehículos atrapados en atascos pueden convertirse en detonantes significativos. El habitáculo del coche, aunque familiar, se transforma en un espacio amenazante cuando no existe posibilidad de avanzar o detenerse a voluntad. Además, atravesar puentes o túneles durante la conducción intensifica este miedo.
Los aviones también representan un desafío especial, pues combinan el espacio reducido con la imposibilidad absoluta de salir una vez iniciado el vuelo. Según estudios, hasta un 25% de conductores españoles experimentan algún grado de amaxofobia, miedo a conducir que frecuentemente se relaciona con sensaciones claustrofóbicas.
Afortunadamente, la claustrofobia tiene tratamientos altamente efectivos que pueden ayudar a las personas a recuperar su libertad y calidad de vida. Con el apoyo profesional adecuado, este trastorno de ansiedad es superable en la mayoría de los casos.
La terapia cognitivo-conductual representa el enfoque psicoterapéutico con mayor evidencia científica para el tratamiento de la claustrofobia. Este método se centra en identificar y modificar los patrones de pensamiento negativos y distorsionados relacionados con los espacios cerrados.
Durante las sesiones, el terapeuta trabaja con el paciente para reconocer pensamientos irracionales como "me quedaré sin aire" o "no podré salir nunca", sustituyéndolos por evaluaciones más realistas de la situación. La TCC ha demostrado evidencia significativa en la reducción de síntomas de esta fobia específica. Este tipo de terapia no solo aborda los pensamientos, sino también los comportamientos de evitación que perpetúan el miedo. Los estudios indican que la mayoría de pacientes experimentan mejorías notables tras completar un programa de TCC.
La exposición gradual constituye un componente fundamental del tratamiento. Consiste en enfrentar progresivamente las situaciones temidas, comenzando por las menos amenazadoras y avanzando hacia las más desafiantes. El proceso debe realizarse bajo supervisión profesional, siguiendo un plan estructurado que respete el ritmo individual del paciente.
Por ejemplo, una persona con miedo a los ascensores podría iniciar visualizando imágenes de ellos, luego acercarse a uno sin subir y finalmente usarlo durante trayectos cortos, aumentando gradualmente la duración.
Las técnicas de relajación complementan eficazmente otros tratamientos, proporcionando herramientas prácticas para controlar la ansiedad en el momento que aparece. Entre estas destacan:
Estas técnicas resultan especialmente útiles para manejar síntomas físicos como taquicardia, sudoración y dificultad respiratoria.
Aunque el abordaje psicoterapéutico es prioritario, en casos complejos puede ser necesario complementar el tratamiento con medicación. Los fármacos más utilizados incluyen:
Sin embargo, los medicamentos deben considerarse como parte de un enfoque integral, siempre prescritos y supervisados por un especialista. Su uso suele ser temporal mientras las terapias psicológicas desarrollan su efecto.
Recuerda que la claustrofobia no tiene por qué definir tu vida; con el tratamiento adecuado, podrás recuperar la tranquilidad en situaciones que antes te resultaban imposibles de afrontar.
Dar este primer paso no siempre es fácil, y es normal sentir algo de incertidumbre. Pero también
es el comienzo de un proceso que puede llevarte a una vida más plena y
equilibrada.
Contáctanos hoy y da ese primer paso acompañado de un terapeuta
colegiado, que estará contigo en esta etapa de crecimiento, transformación y bienestar
emocional.
La publicación del presente artículo en el Sitio Web de ContigoPsi by Doctoralia se hace bajo autorización expresa por parte del autor.
Todos los contenidos del sitio web se encuentran debidamente protegidos por la normativa de propiedad intelectual e industrial.
El Sitio Web de ContigoPsi by Doctoralia no contiene consejos médicos. El contenido de esta página y de los textos, gráficos, imágenes y otro material han sido creados únicamente con propósitos informativos, y no para sustituir consejos, diagnósticos o tratamientos médicos.
Ante cualquier duda con respecto a un problema médico consulta con un especialista.