Trastorno ansioso depresivo: qué es, síntomas, tratamiento y grado de discapacidad

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Equipo ContigoPsi

Publicado el

4 de junio de 2025

Actualizado el

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Qué es el trastorno ansioso-depresivo

El trastorno ansioso-depresivo, también denominado trastorno mixto ansioso-depresivo (CIE 10 F41.2), es una condición caracterizada por la superposición de síntomas ansiosos y depresivos que ocurren simultáneamente, sin que predomine de forma clara ninguno de los dos cuadros clínicos. Se ha descrito como un estado de elevadas emociones negativas, tanto de tipo ansioso como depresivo, con duración mínima de un mes y efectos negativos sobre el funcionamiento cotidiano.

Fomentar su reconocimiento como trastorno mixto es esencial, ya que su manifestación clínica puede pasar desapercibida o atribuirse a formas atípicas de depresión o ansiedad. En la actualidad, se considera parte del espectro afectivo, aunque su inclusión en el DSM‑5 fue modificada, mientras que la CIE‐10 y la CIE‐11 mantienen su clasificación.

Causas del trastorno ansioso-depresivo

El origen del trastorno ansioso-depresivo no puede atribuirse a una única causa. En la mayoría de los casos, se produce como resultado de la interacción entre factores biológicos, psicológicos y ambientales. Este enfoque, conocido como modelo biopsicosocial, permite comprender cómo diversas dimensiones influyen en el desarrollo y mantenimiento del trastorno.

Factores genéticos y biológicos

Se ha identificado una mayor predisposición genética en personas con antecedentes familiares de trastornos del estado de ánimo o ansiedad. Aunque la herencia no determina por sí sola la aparición del trastorno, sí puede aumentar la vulnerabilidad ante estímulos estresantes o traumas.

Desde el punto de vista neurobiológico, se han observado alteraciones en neurotransmisores clave, como la serotonina, la dopamina y la noradrenalina, implicados en la regulación del estado de ánimo, el sueño y la respuesta al estrés. Estas disfunciones neuroquímicas pueden interferir en la capacidad de la persona para afrontar situaciones adversas o mantener un equilibrio emocional.

Además, se ha descrito una hiperactividad del eje hipotalámico-hipofisario-adrenal, sistema responsable de la liberación del cortisol, la hormona del estrés. Este desajuste puede provocar una respuesta fisiológica sobredimensionada ante situaciones cotidianas, aumentando la ansiedad y favoreciendo la aparición de síntomas depresivos sostenidos.

Factores psicológicos

Entre los factores psicológicos más frecuentes se encuentran ciertos estilos cognitivos disfuncionales, como el pensamiento catastrofista, la rumiación o la tendencia a la autocrítica excesiva. Estos patrones pueden intensificar tanto la ansiedad como la tristeza, generando un círculo vicioso difícil de romper.

La baja autoestima, el perfeccionismo rígido y la dificultad para gestionar emociones negativas también se asocian con un mayor riesgo de desarrollar un cuadro ansioso-depresivo. En muchos casos, estos rasgos están influenciados por la historia personal, incluyendo experiencias traumáticas tempranas, negligencia emocional o vínculos afectivos inseguros durante la infancia.

Asimismo, se ha observado que personas con escasa tolerancia a la frustración o con estilos de apego dependientes presentan mayor sensibilidad al rechazo, a la incertidumbre o a los cambios vitales inesperados, aumentando su vulnerabilidad emocional.

Factores ambientales

El entorno juega un papel determinante en el inicio y curso del trastorno. La exposición prolongada a situaciones de estrés crónico, como problemas laborales, desempleo, conflictos interpersonales o aislamiento social, puede actuar como desencadenante o factor de mantenimiento de los síntomas.

Eventos vitales estresantes, como una ruptura afectiva, la pérdida de un ser querido o una enfermedad médica grave, también pueden precipitar el trastorno, especialmente si se dan en un contexto de baja resiliencia o sin apoyo social adecuado.

Por otro lado, las condiciones de vida inestables, los cambios de entorno frecuentes o la inseguridad económica generan un nivel basal de estrés que puede desestabilizar el equilibrio emocional en personas predispuestas.

Síntomas característicos del trastorno ansioso depresivo

Las personas que padecen un trastorno ansioso depresivo pueden exhibir una combinación de síntomas que varían en intensidad y duración, complicando el tratamiento y manejo efectivo de la condición. A continuación, se detallan los diferentes tipos de síntomas que pueden presentarse en este trastorno.

Emocionales y cognitivos

El trastorno ansioso depresivo combina síntomas de ansiedad y depresión, ofreciendo un cuadro complejo. Entre los síntomas emocionales y cognitivos, se observa un estado de ánimo deprimido que puede alternar con crisis de angustia. Las personas afectadas suelen experimentar sentimientos de inutilidad y pesimismo, junto con una baja autoestima que puede afectar todas las áreas de su vida.

La anhedonia o falta de interés por actividades previamente placenteras es común, acompañada de una sensación de indiferencia. La preocupación constante y la desesperanza son rasgos destacados, mientras que en casos graves, pueden aparecer pensamientos intrusivos o autolíticos.

Síntomas físicos

Físicamente, las manifestaciones del trastorno incluyen tensión muscular y temblores, a menudo acompañados de palpitaciones y molestias gastrointestinales, reflejando el impacto del estrés constante en el cuerpo. Los problemas de sueño, como el insomnio o la hipersomnia, son frecuentes, contribuyendo a un ciclo de fatiga crónica que puede influir en la calidad de vida. Las cefaleas también son comunes, lo que agrava la sensación de malestar general.

Síntomas cognitivos

Desde el punto de vista cognitivo, quienes padecen este trastorno pueden experimentar dificultades de atención, afectando su capacidad para concentrarse y mantener la productividad. La memoria alterada y la lentitud mental son síntomas que interfieren en las tareas diarias, provocando frustración adicional. La representación más frecuente de este trastorno es el dolor emocional acompañado de una incapacidad para realizar actividades cotidianas, describiendo cómo el trastorno debilita tanto el cuerpo como la mente, dificultando una vida funcional y satisfactoria.

Tipos de trastorno ansioso-depresivo

El trastorno ansioso-depresivo no es un diagnóstico único, sino que abarca varias formas clínicas en las que confluyen síntomas de ansiedad y depresión. Estas variantes se diferencian principalmente por la duración, el desencadenante de los síntomas y su intensidad. A continuación, se describen los tipos más reconocidos y sus características, con sus correspondientes códigos diagnósticos según la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10):

Trastorno mixto ansioso-depresivo (F41.2)

Es la forma más común y conocida de trastorno ansioso-depresivo. En este cuadro, los síntomas de ansiedad y depresión coexisten de manera simultánea y en equilibrio, pero ninguno alcanza la intensidad suficiente para diagnosticar por separado un trastorno de ansiedad o un episodio depresivo mayor. Los pacientes suelen experimentar preocupación excesiva, nerviosismo, junto con tristeza leve o apatía. El impacto funcional es variable, pero la persistencia de esta combinación puede afectar significativamente la calidad de vida.

Trastorno ansioso-depresivo crónico

Este subtipo se caracteriza por la presencia continua de síntomas ansiosos y depresivos durante un período prolongado, generalmente más allá de los seis meses, sin periodos claros de remisión. La cronicidad de este trastorno puede causar un desgaste considerable en las áreas laboral, social y personal, generando un cuadro de malestar constante y dificultades para llevar a cabo actividades cotidianas. Aunque no cuenta con un código específico en CIE-10, es un concepto ampliamente reconocido en la práctica clínica para describir presentaciones duraderas.

Trastorno ansioso-depresivo reactivo

Se presenta cuando los síntomas de ansiedad y depresión aparecen como respuesta directa a un evento estresante o circunstancia adversa, como la pérdida de un ser querido, problemas laborales, o conflictos personales. La intensidad de los síntomas está relacionada con la gravedad del desencadenante, y tienden a mejorar cuando la situación estresante se resuelve o se adapta el paciente a ella. Este trastorno no posee un código propio en la CIE-10, pero suele considerarse dentro de los trastornos adaptativos o reacciones a estrés agudo.

Trastorno adaptativo mixto ansioso-depresivo (F43.23)

Este diagnóstico se utiliza cuando después de un evento estresante singular, como una ruptura amorosa, despido laboral o duelo, la persona desarrolla síntomas combinados de ansiedad y depresión que son emocionalmente significativos pero de menor intensidad que los que se observan en trastornos más severos. Estos síntomas pueden afectar el funcionamiento social o laboral, pero suelen ser temporales y mejorar con intervención psicológica adecuada.

Impacto funcional y discapacidad

La mezcla de síntomas depresivos y físicos genera deterioro a largo plazo en áreas esencialmente cotidianas como el trabajo, la convivencia y las relaciones interpersonales. Cuando la disfunción es notoria y persistente, se puede solicitar una evaluación para determinar el grado de discapacidad o incapacidad permanente absoluta derivado del trastorno ansioso-depresivo.

El trastorno ansioso-depresivo se considera incapacitante cuando las capacidades ejecutivas o sociales se ven gravemente comprometidas, impidiendo el funcionamiento normal.

Diagnóstico y herramientas de evaluación

El diagnóstico del trastorno ansioso-depresivo debe ser llevado a cabo por un especialista en salud mental mediante criterios clínicos bien establecidos. Para ello, se emplean herramientas de evaluación validadas como la Hospital Anxiety and Depression Scale (HADS), el PHQ-9 y el GAD-7, complementadas con entrevistas estructuradas para obtener un análisis más completo del paciente.

Es crucial descartar la presencia de otros trastornos mentales o físicos que puedan imitar los síntomas del trastorno ansioso-depresivo. Solo se concluye con este diagnóstico cuando ambos tipos de síntomas, ansiedad y depresión, se manifiestan simultáneamente, sin que ninguno de ellos cumpla completamente con los criterios de otros trastornos específicos. Bajo estas condiciones, se clasifica como F41.2 en el sistema de codificación.

Tratamiento clínico del trastorno ansioso depresivo

El abordaje terapéutico del trastorno ansioso-depresivo se basa en un enfoque multidisciplinar que combina psicoterapia, intervención farmacológica, cambios en el estilo de vida y apoyo psicoeducativo. Este enfoque integral favorece una mejor respuesta y recuperación en los pacientes.

Psicoterapia

La terapia cognitivo-conductual (TCC) se establece como la modalidad de psicoterapia de primera elección. Su objetivo principal es la reestructuración cognitiva, que consiste en identificar y modificar patrones de pensamiento negativos o distorsionados, así como la activación conductual para fomentar la participación en actividades placenteras y significativas. Además, se trabajan habilidades de afrontamiento para manejar el estrés y la ansiedad.

Otras modalidades terapéuticas complementarias incluyen la terapia interpersonal, que aborda las dinámicas relacionales y los conflictos emocionales que pueden perpetuar el trastorno, y el modelo de Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), que promueve la aceptación emocional y el compromiso con valores personales. Asimismo, la terapia psicoanalítica funcional explora motivaciones inconscientes y aspectos profundos del trasfondo emocional del paciente, ofreciendo una comprensión más amplia del trastorno.

Intervención farmacológica

En cuanto al tratamiento farmacológico, los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS), como la sertralina y el escitalopram, constituyen la primera línea de intervención. Estos medicamentos deben ser prescritos y monitoreados por un profesional de la salud mental o médico, ajustando la dosis según la respuesta clínica y posibles efectos secundarios.

En situaciones puntuales, se pueden utilizar ansiolíticos para el control rápido de síntomas agudos, siempre bajo estricta supervisión para evitar dependencia. Es importante destacar que la interrupción de los ISRS debe realizarse de forma gradual para prevenir el síndrome de discontinuación, que puede causar síntomas desagradables y aumentar el riesgo de recaída.

Estilo de vida y apoyo psicoeducativo

Los cambios en el estilo de vida juegan un papel fundamental en el manejo del trastorno ansioso-depresivo. La activación conductual, que implica mantener una rutina de actividades y la exposición a la luz natural, ha demostrado ser eficaz para mejorar el estado de ánimo y regular los ritmos circadianos.

Hábitos saludables como un sueño reparador, una alimentación equilibrada y la práctica regular de ejercicio físico contribuyen significativamente a la recuperación. Además, el apoyo familiar y la participación en grupos psicoeducativos mejoran la adherencia al tratamiento, disminuyen el aislamiento y fortalecen la red social del paciente, lo que favorece el bienestar general.

Estrategias avanzadas de terapia

Con el avance de la investigación clínica y tecnológica, se han incorporado nuevas estrategias terapéuticas que complementan o, en ciertos casos, ofrecen alternativas a los tratamientos tradicionales. Estas intervenciones son especialmente útiles para pacientes con dificultades de acceso a la atención presencial o con resistencia al tratamiento convencional.

Terapia cognitivo-conductual online

La adaptación de la TCC al formato digital ha ampliado el acceso a la terapia psicológica. Mediante plataformas seguras y estructuradas, se ofrecen sesiones periódicas con seguimiento clínico remoto, lo que permite la continuidad del tratamiento incluso en zonas rurales o en pacientes con limitaciones de movilidad.

Estudios recientes confirman que la eficacia de la TCC online es comparable a la terapia presencial en casos leves y moderados de trastorno ansioso-depresivo, siempre que exista supervisión profesional adecuada. Además, esta modalidad reduce el estigma asociado a la búsqueda de ayuda psicológica, facilitando que más personas puedan iniciar y mantener su tratamiento.

Técnicas de atención plena

La práctica de mindfulness, o atención plena, ha sido incorporada en programas como la Terapia Cognitiva Basada en Mindfulness (MBCT), orientados a disminuir la rumiación, el estrés y prevenir recaídas. Esta técnica fomenta la observación consciente y sin juicio de pensamientos y emociones, desarrollando una actitud de aceptación y presencia en el momento actual.

En pacientes con trastorno ansioso-depresivo, mindfulness contribuye a reducir la reactividad emocional, mejorar el manejo del estrés y fortalecer la conexión entre cuerpo y mente. Esto se traduce en un alivio tanto de los síntomas psicológicos como de los físicos asociados al trastorno.

Intervenciones combinadas y terapias grupales

Las terapias grupales representan un recurso complementario valioso, particularmente para quienes sufren trastornos ansioso-depresivos crónicos. Estos grupos suelen centrarse en el desarrollo de habilidades sociales, la regulación emocional y técnicas de relajación.

El entorno grupal favorece la reducción del aislamiento social, facilita la empatía y el apoyo mutuo, y potencia la motivación para el cambio y la adherencia al tratamiento. Estas dinámicas se consideran esenciales para mejorar el pronóstico en pacientes con dificultades prolongadas.

Evolución y pronóstico

El pronóstico suele ser favorable si se ofrece un tratamiento prolongado y combinado. La respuesta clínica puede observarse en pocas semanas, pero la estabilización completa suele requerir meses o incluso un año, con seguimiento regular.

Se recomienda revisar el diagnóstico y la evolución para prevenir recaídas y potenciar cambios conductuales sostenibles.

Cómo tratar a una persona con trastorno ansioso-depresivo

El entorno familiar y social cumple un papel fundamental en la evolución del trastorno ansioso-depresivo. Las personas afectadas pueden experimentar aislamiento, irritabilidad, desesperanza o retraimiento, y no siempre son capaces de expresar sus necesidades.

Comprensión emocional y psicoeducación

Debe promoverse una actitud comprensiva, evitando juicios, comparaciones o consejos simplistas. Comentarios como “tienes que animarte” o “eso no es para tanto” resultan invalidantes. En su lugar, es preferible expresar disponibilidad, escuchar activamente y fomentar el acompañamiento al tratamiento.

La psicoeducación dirigida a familiares mejora la adherencia, disminuye la frustración del entorno y fortalece la red de apoyo.

Límites y autocuidado del cuidador

Apoyar no implica asumir la responsabilidad del proceso de recuperación. El autocuidado del acompañante es esencial, evitando la sobrecarga emocional.

Puede recomendarse que los familiares también reciban orientación psicológica, especialmente cuando conviven con una persona con trastorno ansioso-depresivo crónico, o en casos de recaídas frecuentes.

Promoción de hábitos saludables

El entorno puede influir positivamente si se promueven rutinas de ejercicio, contacto social progresivo, alimentación equilibrada y horarios regulares. No debe forzarse la exposición a situaciones sociales, pero sí puede facilitarse de forma gradual, adaptándose al ritmo de la persona afectada.

Intervenciones en crisis

Ante señales de riesgo (ideación suicida, desconexión total, abandono del tratamiento), debe solicitarse apoyo profesional inmediato. En situaciones agudas, está justificado contactar con servicios de urgencias o con el equipo de salud mental correspondiente.

Discapacidad por trastorno ansioso-depresivo: criterios clínicos y evaluación

El impacto del trastorno mixto ansioso-depresivo sobre la vida cotidiana puede llegar a ser tan grave que se valore su reconocimiento como causa de discapacidad o incapacidad permanente absoluta, dependiendo del grado de afectación funcional.

Criterios clínicos de discapacidad

Se consideran los siguientes elementos a la hora de determinar el grado de discapacidad por trastorno ansioso-depresivo:

  • Cronificación del trastorno, con evolución superior a 12–18 meses pese al tratamiento adecuado.
  • Síntomas persistentes que impiden desarrollar una jornada laboral normal.
  • Alteración grave de la funcionalidad en áreas cognitivas, sociales o laborales.
  • Diagnósticos asociados (trastornos comórbidos como trastorno de personalidad, fobia social o trastornos psicosomáticos).
  • Historial de ingresos, intentos autolíticos, recaídas frecuentes o abandono del autocuidado.

Los informes médicos deben detallar el grado de deterioro funcional, las limitaciones objetivas y la adherencia a los tratamientos indicados.

Evaluación por equipos multidisciplinares

El proceso de evaluación de discapacidad suele ser gestionado por los Equipos de Valoración de Incapacidades (EVI o similar, según comunidad autónoma), que integran médicos, psicólogos y trabajadores sociales. Se valoran informes clínicos de psiquiatría, psicología clínica y atención primaria.

La incapacidad permanente absoluta por trastorno mixto ansioso-depresivo solo se concede cuando existe imposibilidad completa y definitiva para toda actividad laboral. En otros casos, puede reconocerse una incapacidad permanente total para ciertas profesiones específicas, o un grado de discapacidad igual o superior al 33 %, con implicaciones legales y laborales.

Pruebas clínicas y documentación necesaria

Los documentos esenciales para solicitar el reconocimiento de discapacidad suelen incluir:

  • Informes de salud mental actualizados con diagnóstico codificado (F41.2, por ejemplo).
  • Historial terapéutico, medicación, psicoterapia recibida.
  • Valoración neuropsicológica en caso de alteración cognitiva.
  • Informes complementarios de médicos de familia, servicios sociales o centros de día.

Debe señalarse que la evaluación no se basa únicamente en el diagnóstico, sino en cómo los síntomas afectan funcionalmente a la persona en su contexto real.

Conclusión

Aunque esta condición puede llegar a generar incapacidad temporal o permanente, también puede remitir con el tratamiento adecuado y un entorno que favorezca la recuperación.

La intervención temprana, el seguimiento regular y el acceso a recursos especializados marcan una diferencia significativa en el pronóstico y la calidad de vida de las personas afectadas.

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